Caminamos Sur América: El Salar de Uyuni

martes, 31 de julio de 2012

El Salar de Uyuni




 El Salar de Uyuni fue un momento muy especial en el viaje. Cuando estaba viendo fotos de los posibles destinos que visitaríamos y vi el Salar en internet, siempre supe que sería un lugar imperdible. Estar ahí en medio de kilómetros y kilómetros de sal, de silencio, de belleza, fue estremecedor. Por un momento sentí que pudiera haber pedazos de salar que nunca han sido pisados por ningún ser humano, y comprendí lo grande que puede ser. Son 12 mil kilómetros cuadrados de solo sal, y hay lugares en los que tus ojos a lo lejos no ven nada, no se estrellan con nada más que con un cielo azul que cada vez más se va tornando borroso y donde tu imaginación se queda corta por la realidad que estás presenciando. Les contaré la historia desde el principio.

Uyuni nos recibió bien frio. La ciudad no ofrece mucho más allá de 4 calles de pizzerías y agencias operadoras de tours al salar. Luego de almorzar-comer una deliciosa pizza, y de averiguar en un par de agencias los paquetes, nos decidimos por una, que nos llevaría desde el día siguiente y por 3 días y 2 noches, en un trayecto de más de 1000 kilómetros por toda la zona, donde recorreríamos el salar, las lagunas de colores, las fumarolas, los volcanes, desiertos, valles de rocas y demás. Esa noche dormimos a -12 grados centígrados, por lo que una vez dentro del sleeping bag era bien difícil hasta sacar las manos. En la mañana, en el hostal tuvimos que esperar un poco a que se descongelaran los tubos del agua, porque así no podíamos tener agua caliente para el baño. Ya listos, llegamos al lugar de encuentro.

La hora de salida: 10 y media de la mañana. El transporte: una Toyota landcruiser 4x4. Los tripulantes: 4 franceses, Mimi, Laure, Patrick y Sebastien, y nosotros dos. El conductor-guía: Eddy, boliviano de 20 años. El objetivo: conocer uno de los lugares más hermosos que la pacha mama nos ha regalado.



Salimos. Se va dejando poco a poco las casitas y el cemento atrás, y se va uno metiendo en un paisaje como de película, donde no hay nada más que arena, sal, montañas y a veces pequeños ríos congelados por las bajas temperaturas. Llegamos luego de 20 minutos al cementerio de trenes, un lugar poco interesante, donde se encuentran los trenes que Bolivia desechó luego que se dio cuenta que el petróleo era más barato que el carbón y entonces esos trenes de carbón fueron dejados de lado y ahora son una atracción turística. Ahí jugamos un rato, nos tomamos algunas fotos y de nuevo a la camioneta. Seguimos andando, y veíamos el salar atrás. Se pueden hacer tours de 1, 2, 3 y 4 días. Nuestro tour fue de 3 días, y el de los franceses de 4, porque ellos el ultimo día iban a escalar el Volcán Tunupa, por lo que nosotros decidimos hacer el tour al contrario, es decir, dejar el salar para el ultimo día. Por esto, nos dirigíamos hacia el sur, hacia la frontera con Argentina, hasta las lagunas.

Luego de un rato de camino, llegamos a San Cristóbal, un pequeño pueblo que tiene la primera catedral hecha de piedra. Después de una foto, volvíamos a la carretera, que no es carretera pavimentada ni mucho menos, sino es un camino que ya está marcado sea en la sal o en la arena, por los mismos trayectos que todos los días hacen las 4x4. Horas y horas de camino, en las que Sebatien y yo hacíamos de intérpretes al grupo, él habla español porque vivió en su niñez en Costa Rica y yo hablo francés por mis 2 años de intercambio. Ahí, nos íbamos conociendo poco a poco, hablando de los viajes, de Colombia, de Francia, del idioma, de las palabras y del paisaje. Paramos almorzar en medio de la nada. Al fondo, una montaña nevada, al lado una pequeñita laguna donde habían patos que de vez en cuando salían volando y cantando. Ahí, Eddy sacó el almuerzo. Carne para ellos, y nosotros teníamos hecha nuestra soya, por lo que estuvo bien al combinarla con la quinua y la ensalada que nos ofrecieron. Sentados en la arena, almorzando, les narramos nuestra experiencia en el Cotopaxi, y se me erizaba la piel mientras les contábamos cómo había sido de duro la subida, y el paisaje, y la salida del sol, y la nieve, y todo esto, para atemorizarlos un poco y prepararlos para el ascenso que ellos harían el último día hasta 5.440 metros en el Volcán Tunupa.






De vuelta al camino, seguíamos la ruta viendo a lo lejos montañas y nevados de todos los colores. Ahí el sol juega a ser un pintor, en el que según su posición y la misma esencia de cada montaña, nos regalaban diferentes pinturas. Montañas que en sus pliegues tenían varios colores, arenas rojas, verdes, amarillas, blancas. Nevados que se pierden de vista muy fácilmente, y que toca parpadear muchas veces para lograr enfocarlos, o a veces para saber que no estás alucinando. Así, llegamos al Valle de Rocas. A lo lejos, parecía como otro planeta, yo pensaba que en cualquier momento el mundo podía volver a comenzar. Son kilómetros de rocas de todas las formas posibles, leones, tigres, sapos, culebras, caras alienígenas, en fin. Ahí pensé, que la naturaleza es inmensa y fuerte. Mientras el hombre dedica su tiempo a crear máquinas y tecnología para poder mover una sola roca, y hacer edificios, etc., la naturaleza pudo solita hace miles de millones de años mover millones de rocas gigantes y exponerlas de manera magistral. Euse, que ahora es el hombre araña se subía en cuanta piedra podía, y con el paisaje se veía lindo.





Ya caía la tarde y nuestro último destino: la laguna colorada. Como era ya casi de noche, no pudimos ver su color, pero vimos uno de los atardeceres más lindos. Detrás de las montañas el reflejo del sol se vuelve un arcoíris, empieza azulito y se va convirtiendo rosado, rojo, naranja y así se difumina en un cielo precioso. Llegamos luego al refugio, cerca de la laguna. Ahí, nos instalamos, cenamos y nos preparamos para el segundo día. Antes de dormir, Euse y yo salimos a ver el cielo, y fue la primera vez que pude ver la vía láctea. Se veía muy nítida, como si estuviéramos en el espacio, y luego Patrick nos mostraba la osa mayor, y otras constelaciones que yo por más que me las enseñan mil veces no distinguía, y me basta con poder contemplarlas como un todo.

Día 2.
Muy a las 5:36 am, estábamos saliendo del refugio en dirección a ver las fumarolas o géiseres. Tengo que decir que estas palabras son todas nuevas para mí, y en este viaje he podido ampliar mi léxico sobre todo en palabras que tienen que ver con fenómenos naturales, que si bien no entiendo mucho, ya por lo menos sé que significan. Entonces, llegamos a la primera fumarola, una hecha por una empresa que trabaja ahí en la zona. No fue tan chévere como las demás. Las otras, que están ahí de manera natural, expiden un humo que huele a azufre, que suena como si la tierra estuviera cocinando algo muy caliente, que sale a más de 160 grados de temperatura y que cuando va saliendo el sol se ve tan lindo que uno no se quiere ir de allí. Luego de fotos, salimos para las aguas calientes.



Llegamos después de 40 minutos a un pequeño refugio en donde luego del baño, íbamos a desayunar. Nos disponíamos a cambiarnos, pero a esa hora el cambio de temperatura entre el agua de 30 grados y los 0 grados que hacían, era muy peligroso, por lo que cambiamos un poco los planes y tomamos el desayuno antes, para luego volver y bañarnos después. 



Tomamos panqueques, con todo tipo de cosas para untar: mermelada, mantequilla, dulce de leche (arequipe), granola y bebidas calientes. Nos montamos de nuevo a la camioneta y atravesamos un desierto para ir a la Laguna Verde. El trayecto es espectacular. Montañas de arena roja que con el agua congelada en los picos hacen un contraste divino. La laguna es verde por el cobre y las algas que tiene, al fondo 2 montañas nevadas, el agua en ese momento estaba congelada, pero con el sol el paisaje es inigualable. Juzguen ustedes.






De vuelta a los baños calientes, pasamos por el desierto de Dalí. Aunque se ve de lejos, me sentí como dentro de una pintura. Todo quieto, el silencio, las rocas de todas las formas, tal cual. Hermoso.

Si bien Eddy, el conductor guía había dicho que sólo nos podíamos bañar 15 minutos, una vez adentro de las aguas, le dije a Euse que a mí de ahí me tendrían que sacar en grúa. Afuera, desvestirse era toda una hazaña. Caminar descalzos por esa arena a cero grados, casi se me congelan los pies, para llegar y meterse al agua, que al principio sentí que me quemaba pero que poco a poco mi cuerpo fue asimilando de forma precisa, y que al final, fue un baño delicioso. Ahí mi cuerpo agradeció la temperatura, ya que la noche anterior en la laguna, la gente decía que habíamos estado a -18 o -20 grados, se imaginarán el frio. Luego de unos 25 minutos, en los que Euse y yo nos escondíamos debajo del agua cuando Eddy desde la camioneta nos miraba como para hacernos ojitos de que tocaba salirnos, ya con calorcito, decidimos salirnos, por nuestra propia cuenta, fascinados y realmente convertidos en unos fanáticos de las aguas calientes.




De vuelta al camino, regresamos al refugio y almorzamos. La Laguna colorada está vez nos esperaba más linda que nunca. Serían las 12 del día, el sol pegaba justo desde arriba, los flamingos jugaban, volaban y a veces nos posaban para las fotos. La laguna para mí, fue uno de los lugares más especiales en los que he estado. Su agua es roja por las algas que tiene, y refleja tal cual como un espejo las montañas nevadas que la rodean. Hay pedazos de agua congelada, donde Euse se paraba y a veces el hielo craqueaba y yo le decía "sal de ahí!!!" y él se ría. Todo estaba en silencio, sólo escuchaba mi respiración, y cuando miraba a lo lejos, el paisaje se veía como si estuviera pintado, y uno adentro de la pintura. No podía cerrar los ojos de lo maravillada que estaba. Se me salían a veces las lágrimas, porque ese sitio es muy especial, es un regalo al alma.







De vuelta a la 4x4 en dirección a ver el famoso árbol de piedra. Es impresionante porque en serio pareciera que Dalí hubiera visitado esos lugares y luego hubiera pintado. No sé si realmente fue, pero no puede ser coincidencia. El árbol, está ahí, parado, quieto, perfecto.




Después visitamos 3 lagunas hermosas, la honda, la hedionda y la cañada. Me pareció muy curioso el nombre de la segunda, y al preguntarle a Eddy de porqué el nombre, dijo que era por el olor que tiene, a azufre. Todas, con paisajes diferentes, son hermosas, con sus aguas congeladas, con flamingos y en medio de la nada. Salimos de ahí, y aún nos faltaban como 3 horas de viaje hasta nuestro nuevo refugio al lado del Salar. Recorrimos kilómetros y kilómetros de arena y del Salar de Chiguana, el trayecto es impresionante, subes y bajas montañas, se ve cómo van apareciendo ante tus ojos los volcanes nevados, y la carretera es un camino de piedra que se vuelve bien pesado cuando vas en los últimos puestos de la camioneta.







Al caer la tarde y luego de buscar alojamiento por todo lado, encontramos un hotelito de sal en un pueblito que se llama Candelaria, creo. Ahí, por 10 bolivianos, que no estaban incluidos en el tour, tomamos una gran ducha de agua caliente. Luego, sopa de verduras y pasta, como cena. Acompañada esta vez de 1 botella de vino que nos daba el tour, y otras 2 más que compramos entre todos. Pasamos un rato muy agradable, hablando de nuestros trabajos en nuestros países, de lugares conocidos, del tour, de la comida, etc. Al día siguiente llegaría el gran día del salar, un momento muy esperado por todos.
 


Día 3.

Eddy nos dejó dormir hasta las 7:30 am. Desayunamos y nos fuimos. Hicimos una primera parada en una caverna donde hoy se pueden visitar restos volcánicos que fueron moldeados por el mar que alguna vez hubo, y es impresionante porque la textura de las piedras parece como coral. 


Luego ya entramos al salar. Gafas de sol puestas porque la sal refleja el sol tal como la nieve. Eddy empezó un trayecto en vía recta, y dijo que iríamos a la Isla Inca Huasi, la que se ve allá a lo lejos. Se vía bien pequeñita, y aún más porque detrás estaba imponente el Volcán Tunupa, y ese sí que se veía clarito. Lloraba ahí. No podía creer que eso fuera real. Es tan inmenso, tan puro, tan blanco.



En un momento, a Euse se le ocurrió preguntarle a Eddy si por casualidad nos dejaría manejar, si era en línea recta, y no había ningún riesgo porqué no. La primera al volante fue Mimí, estaba súper emocionada, luego Euse. La camioneta era automática, entonces él se creía manejando el carrito de golf, estaba muy contento, y yo más, de verlo ahí, liderando el camino en el salar, tomándole fotos y diciéndome que era real, que estaba pasando justo ahí. Luego manejó Patrick y Laure, y al final Eddy volvió al volante justo para arribar a la Isla.






Para entrar a la isla toca pagar 30 bolivianos, y su atractivo son los cactus que miden hasta 12 metros y le dan un toque particular al paisaje. Subimos hasta el tope de la montaña, en un caminar lento, tomamos muchas fotos, vimos pajaritos y una especie de conejo gato que se llama viscocha, re lindo, que anda por ahí como pedro por su casa. 





Arriba, hay un pequeño altarcito donde la gente va y deja ofrendas de agradecimiento a la pacha mama por tan lindo regalo, el salar. Nosotros dejamos unas pequeñitas piedras como cuarzos que Euse había encontrado el día anterior en una parada que hicimos a ver un Volcán que está activo y que se ve cómo sale el humo. En el altar hay fotos, plata, dulces, hasta una cabeza de cabra en el piso, cada persona vive el salar de una manera diferente y única. Luego, bajamos para almorzar y tuvimos tiempo para pasear por el salar. Euse y yo caminamos hasta donde no se vieran huellas de personas ni de carros, y pudimos pisar sal nunca antes pisada, creo yo. Jugamos con la sal, encontramos morritos de sal hermosos, nos tomamos fotos y respiramos un aire puro.




Llegaba la hora de despedirnos de los franceses, ellos seguirían con Eddy hasta el otro día para el ascenso al Volcán, y nosotros nos devolveríamos con otro grupo a Uyuni porque teníamos tiquetes de bus ya comprados para la frontera con Argentina. Luego de intercambiar datos de contactos, de desearnos suerte en los viajes, nos despedimos, sintiéndonos afortunados por haberlos conocido y por haber compartido una bonita experiencia. De devuelta a Uyuni, pasamos por el famoso hotel de sal en medio del salar, por los montículos de sal en donde los trabajadores recogen la sal y y luego le agregan yodo para hacerla comestible, y por Colchani un pueblito que vende artesanías de sal para turistas. Yo, aunque tenía dolor de cabeza por tanto sol recibido, estaba muy feliz de estar ahí, fue un sueño hecho realidad.


A Uyuni llegamos justo a tiempo para comer algo y tomar el bus de 10 horas en carretera destapada hasta Villazón.  Cuando llegamos allá, hacía un frio inigualable, la cara se nos congelaba y no parábamos de temblar, pero estábamos muy contentos por todos los lugares que visitamos, paisajes maravillosos y gente linda en el camino boliviano.  A las 7 am hora boliviana, un señor de la agencia nos acompañó hasta la frontera donde quedan las 2 oficinas de migración. Hicimos los trámites, y entramos a Argentina, estábamos en La Quiaca.


Un abrazo para todos.

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