Caminamos Sur América: Quilotoa-Volcán Ruco Pichincha-Ilinizas Norte

jueves, 29 de marzo de 2012

Quilotoa-Volcán Ruco Pichincha-Ilinizas Norte


Llegamos entonces a Latacunga el miércoles 14 de marzo, una tarde lluviosa, pero el trayecto Quito-Latacunga fue maravilloso, porque pudimos ver en el camino el Ilinizas Norte con su copo apenas roseado de nieve, y el gran Cotopaxi, que se extiende grandioso y poderoso por la zona. En Latacunga encontramos el hostal más barato del viaje: 7USD por una habitación privada para los dos, tal cual como dice el Lonely Planet, the price is unbeatable (el precio es insuperable). Es un pueblito muy comercial, lleno de agencias de viajes que ofrecen diferentes planes de viaje por los destinos naturales de la zona, tiene una plaza central bonita y varias iglesias que conocer. Ahí nos tomamos un chocolate caliente y a dormir.



Al día siguiente en la mañana, tomamos un bus vía Zumbahua. Este es un pueblito indígena reconocido por el mercado de los sábados. Ahí, planeábamos pasar una noche, mientras definíamos detalles de la acampada en la laguna de Quilotoa, que era nuestro destino final para la preparación física. Luego de hora y media de viaje, llegamos a Zumbahua, e inmediatamente nos abordaron varios señores ofreciendo el traslado hacia la laguna por 5USD. A uno de ellos le preguntamos si en la laguna había baños o alguna tienda donde poder comprar agua, para no tener que cargarla nosotros en los morrales, y sorpresivamente nos respondió que si, que había hostales, restaurantes, alquilada de caballos, etc. Y digo sorpresivamente porque en Quito, en varias tiendas de deportes extremos, nos dijeron que en la laguna no había nada, lo cual nos preocupó un poco. Decidimos luego de negociar el traslado por 3.5USD, irnos de una vez a la laguna. Llegamos a la laguna y el cielo estaba clarito, pero el viento bien frío. Nos recibió un señor llamado Alfonso, quien tiene una casita en donde alquila el servicio de baños. El nos indicó dónde podíamos armar nuestro campamento, y nos presentó a una señora indígena de nombre María y a su hija Yésica, quienes son dueñas del Hostal Conejito uno de los tantos de la laguna. María y Yesica nos acompañaron y nos ayudaron a armar la carpa justo a unos metros del filo de la montaña que bordea la laguna. Nos asomamos y la laguna nos cautivó inmediatamente con el verdor de su agua. Estábamos muy felices de estar ahí, justo en la laguna y emocionados por la primera vez de acampada. 




En la laguna pasamos 5 noches y 6 días. La primera noche en carpa fue un poco friolenta y torcida, ya que el terreno no estaba tan plano como queríamos y la laguna está a 3.920 metros del altura y en invierno puede bajar hasta cero grados de temperatura. El viernes recorrimos todo el sendero al rededor de la laguna. Fueron 4 horas y media de trayecto mientras subimos y bajamos los diferentes picos de las montañas de le dan vida. El paisaje es muy lindo porque mientras subes y bajas y vas dando la vuelta, a lado y lado ves valles agrícolas y otras muchas montañas. El esfuerzo físico fue grande, pero hacía parte del entrenamiento. El sábado, Eusebio se fue para Zumbahua al mercado indígena a comprar víveres para nuestra estadía. Luego de 2 horas, llegó cargado de frutas, verduras, agua y algunos antojos. Ese fue un día de descanso, en el que yo aproveché para tomar una gran siesta después del almuerzo, mientras Euse practicaba su armónica inspirando a un perrito que luego lo acompañaba con sus aullidos.

El domingo descendimos a la laguna. El trayecto es como de media hora bajando la montaña empinada, y poco a poco se siente el clima un poquito más caliente. Abajo, alquilamos media hora de bote, en el que remamos un poco, disfrutamos del paisaje desde abajo y aguantamos frío, porque las nubes venían ya para quedarse. Habíamos bajado nuestra estufa con tallarines y frijoles para cocinar. Almorzamos y luego emprendimos el ascenso. Acabábamos de empezar a subir, cuando decidimos parar a hacer una siesta en una parte donde el pasto estaba tupido y se veía como un colchón. Pasó como una hora y ya luego con más fuerzas y habiendo reposado el almuerzo, iniciamos el camino. La subida merece respeto, porque es bastante empinada y los pies se te resbalan en el terreno arenoso. Llegamos cansados, pero luego de un almuerzo en uno de los hostales, decidimos pagar una ducha de 2USD en el hostal de María. Uff!!que ducha!!! el mejor chorro del viaje, la mejor temperatura, la mejor ducha!! justo lo que necesitábamos para dormir como bebes. Claro, si el clima dejaba. 




Pero no dejó mucho. Que fríooooooooo!!! mucho frío en las noches, mucho viento y sobre todo mucha lluvia. Esa noche no dejó de llover. Lo único que queríamos en ese momento era que lloviera todo lo que quisiera para poder, el lunes en la mañana, salir de nuevo al sendero, para ir alternando el entrenamiento entre el descenso a la laguna y la vuelta alrededor. Pero desafortunadamente, el lunes amaneció lloviendo, y nos tocó quedarnos metidos en la carpa hasta medio día que escampó un poco y decidimos bajar otra vez a la laguna en vez de tardar 4 horas dando la vuelta ya que amenazaba con seguir lloviendo y la niebla hacía muy peligroso el sendero por las subidas y bajadas de los picos. Total, bajamos y subimos de nuevo, con un clima fuerte, mucho frío y mucho viento, y luego Llovía y llovía y llovía. Pero nosotros no queríamos irnos de allí. Era el lugar perfecto para entrenar: barato, en medio de la naturaleza, con la altura perfecta para irnos aclimatando, pero no se pudo. El clima no permitió. El martes luego de mucho pensarlo, decidimos que lo mejor era regresar a Quito.

Llegamos de nuevo a Quito, con la esperanza de un mejor clima, pero tampoco. Ecuador al igual que Colombia está pasando por una temporada de lluvias importante. Total, era mejor estar en Quito con algunas comodidades para el entrenamiento y no en la montaña donde no para de llover. Así, trotamos miércoles, jueves y viernes muy juiciosos en el parque El Ejido en el corazón de Quito. Ya aquí nos sentimos locales. Eusebio dice que cree que se le está pegando el acento y todo. El sábado, día de descanso, fuimos a cine y nos preparamos mentalmente para lo que sería nuestra primera montaña: El Volcán Ruco Pichincha.

El domingo a las 5:30 a.m., tomamos un taxi al frente del hostal en dirección a la base de la montaña del Ruco. Iniciamos el camino a las 6:07 a.m., en medio del bosque y aún oscuro. Teníamos las indicaciones de nuestro guía Fabián escritas en un papel que llevábamos como un tesoro, porque claro nosotros no conocíamos el camino. Empezamos a caminar, y el bosque ya se tornaba empinado. Pronto llegamos a un letrero que está marcado con los 3.900 metros de altura, y ahí volvimos a ver a nuestro amigo el Cotopaxi. Como era bien temprano, se veía hermoso, poderoso, dueño y señor del cielo, su pico parecía un gran helado de toda la nieve que tiene. Fascinados por el paisaje e inspirados por él, continuamos el camino, hasta perdernos. Já! Duramos como 1 hora perdidos. En lugar de coger la montaña por la arista, le dimos toda la vuelta y luego la subida fue peor. Dos horas más tarde, encontramos de nuevo el sendero señalizado y nos adentramos al páramo húmedo andino. Vimos como poco a poco va cambiando la vegetación, hace más frío, escuchas el agua caer, hasta que luego de 4 horas de una subida empinada, llegamos al turísticamente reconocido Teleférico de Quito.

La gente que hace cumbre en el Ruco, normalmente llega en Teleférico a la base del volcán y sube sólo 600 metros hasta la cima, un trayecto como de hora y media. Nosotros, como debíamos entrenarnos, subimos desde los 2.800 metros hasta los 4.700 metros de la cumbre. Cuando nos acercamos al cráter, la roca de su pico se presenta como toda una obra de arte. Cada piedra está perfectamente puesta sobre otra en desorden, mostrando unas formas y unos precipicios hermosos y a la vez asustadores. La roca es entre negra, plateada y rojiza, con musgos verdes, negros y vinotintos que la hacen espectacular.

Estar ahí, parados a 4.700 metros de altura es algo fascinante. Ves las montañas alrededor, la ciudad muy abajo en miniatura, y arriba sientes tocar el cielo, sientes que está ahí no más, que con un poco de suerte y un gran salto lo logras. Pasamos por un cueva, que nacía de la misma roca, y de ella caían gotas de agua heladas. Sabemos que eran heladas porque claramente no nos íbamos a ir de allí sin tocar la roca y sin lavarnos la cabeza con su agua. Fue como todo un ritual de cumbre. Luego vendría el descenso. Doloroso físicamente y mentalmente muy retador. No basta con subir, luego te toca bajar. Llegamos al Teleférico de nuevo y debido al cansancio de 7 horas de caminata, decidimos descender en él. Pagamos los 4.90USD que cuesta la entrada (para nacionales y comunidad andina) y bajamos. En el trayecto fuimos conscientes de todo lo que habíamos subido hasta la cumbre. El Teleférico baja terreno empinado que hasta da vacío y todo. Ahí, nos felicitamos por el esfuerzo hecho y por haber subido la primera montaña del entrenamiento.

NOTA: Desafortunadamente se nos quedó la cámara de fotos en el hostal ese día, pero los paisajes los tenemos grabados en nuestro corazón.

Este lunes descansamos. En la tarde nos encontramos con Fabián, nuestro guía, para probarnos el equipo que se necesita alquilar para alta montaña. Botas de nieve, crampones, polainas, casco, guantes impermeables. Todo listo para el Ilinizas Norte y claro para el Cotopaxi.

El martes muy a las 5 a.m. Nos encontramos con Fabián nuestro guía, y otro Fabián, amigo del guía quien nos llevó en su camioneta a la Reserva Natural de los Ilinizas. Un poco más de una hora de camino y llegas a la entrada del parque. Luego otros 40 minutos ya en terreno destapado y cada vez más cerca los dos hermosos picos, Ilinizas Norte e Ilinizas Sur. El Norte (la hembra) a 5.100 metros de altura y con un pico apenas pintadito de nieve, el Sur (el macho) a 5.230 metros si está tapado de nieve. Mientras iba saliendo el sol, aparecían uno al lado del otro, como haciéndose compañía, hermosa la pareja. La camioneta nos dejó en medio del páramo, y ahí comenzamos el primer ascenso hasta el refugio. 


 Una hora y cuarenta y cinco minutos de subida, por en medio del páramo, con los dos picos al frente, como dándonos la bienvenida. Fabían, nos iba mostrando la vegetación, los árboles, y liderando el paso. Ahí, muy orgullosamente, Euse y yo, demostramos que estábamos bien entrenados, subimos a buen ritmo y con buen físico. El refugio está localizado entre los dos picos, justo en el medio. Ahí, Euse tuvo su primer encuentro con la nieve. No se sabía quien estaba más emocionado, si él o yo, el porque la iba a sentir en sus manos o yo por estar ahí con él. Total fue muy bonito!!! Tomamos bebidas calientes, nos aplicamos bloqueador en la cara, recargamos energía y comenzamos el ascenso a cumbre. Aquí hago una aclaración. Hicimos Ilinizas Norte, porque su cumbre requiere de menor conocimiento técnico, perfecto para nosotros como aprendices.


 Antes de iniciar, le pedimos permiso a la montaña para ser escalada, en un ritual espiritual que consiste en poner una roca en su base y hacer una pequeña oración. Ya preparados y con todas las ganas del mundo, nos dispusimos a lograrlo. El terreno empieza en un arenal, empinado como una pared, tanto, que sientes que tus pies se unden cada vez que das un paso, lo que hace bastante agotador el camino. Luego de media hora de subida, llegas al primer pico de roca. Allí, Fabián nos amarró con una cuerda gruesa que a su vez va agarrada al arnés que cada uno lleva puesto. Con casco puesto y la cuerda, emprendimos la escalada en roca. Al principio un poco temerosos, pero luego uno se va cogiendo confianza. Fabián lideraba el camino, 5 metros atrás iba Euse, y otros 5 metros atrás iba yo, todos cogidos por la misma cuerda. Así, pasamos 3 picos de roca.

A veces, me detuve unos segundos para ser consciente del momento. Estar parada ahí, a 5000 metros de altura, sin escuchar nada más que tu propia respiración y el fuerte viento, viendo por un lado el macho imponente cuidando de su hembra, y por otro, montañas a lo largo del horizonte. Por momentos se aclaraba el paisaje y uno podía ver la belleza de la zona, de repente, se cerraba tanto que apenas podías ver a unos metros de distancia.

Luego, debimos parar a ponernos el equipo especializado de glaciar: botas de nieve, crampones y piolet. Ya faltaba poco para llegar a la cumbre, y debimos pasar unos pedazos de montaña cogidos de la cuerda, y pisando fuerte para no deslizarse en la nieve, que por cierto estaba tan blanda, que a veces pisaba y se me iba la pierna hasta quedar casi toda enterrada. Con el equipo puesto, ya es más fácil moverse en la nieve. Sin embargo, como somos principiantes, el proceso fue un poco más lento, mientras íbamos aprendiendo a manejar las botas y los crampones, y el piolet, que es como un martillo pero su punta es bien afilada para enterrarse en la nieve y uno poder sostenerse de él.

Seguimos subiendo, pero se empezaban a escuchar rayos y centellas. Al principio no les pusimos tanta atención, o por lo menos ni Euse ni yo, pero Fabián, estando a unos metros y a unos minutos de la cumbre dijo “muchachos, toca devolvernos, porque se viene una tormenta eléctrica, y a esta altura puede ser muy peligroso”. Yo no entendía qué pasaba, yo lo único que quería era tocar esa roca que la veía tan cerca, pero que ahora parecía imposible. Así, debimos descender. El clima no permitió que llegáramos a la cumbre, pero para nosotros estar ahí sólo a unos cuantos metros de distancia, ya era nuestra cumbre. Al final, no fue por nosotros que no pudimos, sino por el clima.

El descenso dadas las condiciones debía ser muy rápido. Empezaba a llover. En el camino, todavía en la nieve, me resbalé varias veces. Una me sostuvo Euse, la otra la cuerda y la última el piolet (como debe ser). Poco a poco, uno le va cogiendo confianza al equipo y aprendiendo a usarlo mejor. Se acabó la nieve y siguió un arenal muy empinado, y ahí, para fortuna nuestra comenzó a nevar. Euse me miraba extasiado, como incrédulo de que estuviera pasando. Fue maravilloso, no sólo conoció la nieve sino que presenció una nevada. Se venía entonces la tormenta con toda su potencia, mientras nosotros sacábamos esfuerzos para descender rápidamente la montaña. Duramos como 3 horas bajando, y casi que no llegamos. Uff!! qué camino, pero que reconfortante es saber que fuimos capaces de hacerlo.

La montaña trae consigo grandes enseñanzas. No es sólo subir, sino también es bajar; y se debe tener paciencia tanto para lo uno como para lo otro. Saber que inicias una caminata de 8 horas, y que debes pasar por cada una de ellas para hacer que suceda es todo un reto mental. Yo lo veo como un gran ejercicio de meditación. Arriba cuando estaba en la roca, no estaba pensando en nada más, sino en dónde iba a poner la mano derecha y el pie derecho, para luego poner la mano izquierda y luego el otro pie. Nada más. No hay pasado ni hay futuro, sólo hay presente. Es tanta la concentración que se logra que se siente muy bien. Nunca me había sentido tan cerca del cielo como allá arriba. Me sorprendí de mi misma, de mi cuerpo y de mi ser. La altura no me hizo ni cosquillas, estaba respirando fresca y físicamente me sentí muy bien. Lo que si me dio miedo en algunos momentos fue algunos pasajes con algunos precipicios. Es impresionante lo que puede hacer la naturaleza. El Ilinizas Norte tiene una roca casi color naranja, como su arena, lo que hace que el blanco de la nieve le quede muy bien. Al final, resbalándome y todo, disfruté de la nieve, porque cada caída venía acompañada de una gran carcajada. Eusebio y Fabián se reían de verme riéndome de mis caídas. Fue fantástico.

Estas dos experiencias de montaña han sido muy excitantes y enriquecedoras. Agradezco aquí la compañía de mi amado Euse Boo, a quien le admiro su entusiasmo y tenacidad con las que ha emprendido estos retos, y a Fabián por habernos guiado por el camino del Ilinizas norte, y por tenernos paciencia en el proceso de aprendizaje.

Ahora se viene el Volcań Cotopaxi a 5.898 metros del altura, con su pico todo de nieve, y que será por ahora, la última montaña que caminaremos. Para contarles un poco del itinerario. Este viernes saldremos para el parque nacional del Cotopaxi a las 10 am. Estaremos allí a medio día en el refugio que está a 4.700 metros de altura. Nos instalaremos, haremos un curso básico de glaciar en dos horas, luego cenaremos, y dormiremos hasta las 10 pm. Ahí, nos alistaremos para el camino de 7 horas, para llegar a cumbre, si la montaña y el clima nos los permiten, entre las 6 y 7 de la mañana. Les contaremos muy pronto cómo nos fue.

Buena montaña!!

Un abrazo,

2 comentarios:

  1. Queridos Nena y Tuchi
    Que emocionantes lecturas!!! Nos alegra mucho que compartan con personas como nosotros que los recuerdan y los quieren mucho. Aprovechen al máximo esta inolvidable aventura que pocos pueden llevar a cabo, pero que muchos tienen en sus sueños. Desde aquí les enviamos nuestros mejores deseos para que todo les salga como lo planeado y que encuentren tantas maravillas como las que hasta ahora han podido descubrir. Sebas y Mari les mandan saludes y los recuerdan con mucho cariño. Reciban muchos besos y abrazos, así como un saludo especial de ánimo para salir adelante con la aventura. Saludos Manuel y Nhora.

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    1. Gracias amigos, miren que a cada paso nos damos cuenta que el universo conspira para abrirnos el camino y darnos lindas sorpresas,, y creemos que es por la buena energía que nos envían ustedes. un abrazo y nos vemos

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